¿Cómo anda la música litúrgica en la actualidad?
Uno de los mayores obstáculos de la música católica es la informalidad de la práctica y la orfandad del oficio, al menos en Colombia.
Miles de partituras del genero coral, instrumental y hasta de las canciones al unísono, sumado a toda la monodia gregoriana hacen de la música sacra un enorme anaquel de estudio, pero, alrededor de todo este inventario aún existe una gran sombra que cubre este oficio como si se tratara de un pasa tiempo. No hay duda que en algunos países de Latinoamérica esto se viene superando, pero queda todavía un gran camino que recorrer tanto en los conservatorios como en las redes sociales y los templos parroquiales.
Aunque la formación musical esta, de alguna manera, estandarizada mediante métodos y metodologías según la disciplina (instrumental, compositiva, investigativa o la dirección), la música sacra parece ser una subdisciplina en algunos claustros e inexistente en otros, como si se tratara de una música endémica, arqueolítica y que, sumado con los elementos doctrinales, pastorales y teológicos, merece un museo más que un espacio relevante de estudio.
"Hay tan pocos músicos dedicados a la música sacra, al órgano y a la dirección de coros que hay una informalidad generalizada llena de grades desatinos en los que cualquiera puede cantar una misa"
Todo lo anterior parece más un preámbulo para una serie de máximas con las que se pretende dar solución a una realidad latente, la verdad es que pretendo construir la descripción de suceso en desarrollo, sin solución.
La informalidad de la que habló no se resuelve con la promulgación de unas normas o el otorgamiento de títulos de competencia en la materia, si fuera solo eso, la solución estaría simplemente en el fomento de programas tan estructurados como los de la conferencia episcopal mexicana. Sin embargo, aun allí en México se presentan los mismos problemas. La informalidad de la que hablo está en el imaginario colectivo de quienes ejercen el oficio y de quienes se benefician de ese servicio. Uno de los ejemplos que más me gusta exponer para explicar dicha informalidad es contar las innumerables ocasiones en las que he visto en redes sociales cómo algunas personas se ofenden o molestan cuando se dice que el cantor parroquial es un músico que ejerce un trabajo, la reacción mas frecuente es aclarar de forma vehemente que no es un trabajo (profesión o labor) sino que es un servicio a Dios. En este sentido, el “servicio” se puede interpretar de muchas formas, pero de seguro ninguna interpretación estará cerca del sentido que le da la persona que usa esta palabra, en resumidas cuentas esa enorme pared que se construye con el amplio significado que se le da a la palabra “servicio” genera una sensación de incertidumbre sobre lo que es y no cantar en la misa, más grande es dicha incertidumbre cuando aparecen frases como “es para Dios” y “lo importante es cantar de corazón”.
Frente a lo anterior, sea o no gratuito, estamos hablando de una profesión, aunque sea para Dios y aunque demande hacerlo de corazón es una profesión tan demandante cómo la teología que estudian los seminaristas camino a su consagración. Pero la mayoría piensa diferente incluso los sacerdotes quienes en ocasiones huyen a las solicitudes de formación y la situación empeora cuando se cree que basta saber un poco de guitarra, tener algo de repertorio y un gran entusiasmo para cantar una misa.
Este sentido de servicio del que algunos hablan parece poder escapar del concepto de mediocridad tan solo cobijándose bajo el argumento que “Dios escucha los corazones” o “el Espíritu Santo hace el milagro en quienes escuchan”. Se puede decir que estamos frente a la hegemonía de la informalidad en el canto para la misa.
Por otro lado, la orfandad trae problemas más complejos como el protagonismo, el ego y la soberbia. Pero no se trata de indicar que estamos frente a la razón por la que a algunos les gusta “robarse el show” eso también es por falta de formalidad en el oficio. El protagonismo del que hablo se resume en la idea de que “todo lo que hago lo hago bien y así lo deben hacer los demás”.
La razón por la que lo llamo orfandad es porque considero que hacen falta figuras de autoridad en la materia, que sean más músicos que directores espirituales o pastorales, de forma que su virtuosismo musical permita identificar las fallas propias y permita sentirnos cobijados por la Iglesia y con deseos de que ésta nos forme. Contrario a esto en la actualidad reina un ambiente en el que todos pretenden tener la razón y en el que todos son abiertos a aprender y a usar cantos protestantes al tiempo que renuentes a estudiar el repertorio litúrgico o sacro bajo la premisa que lo importante es que “Dios toque el corazón de la asamblea” y que “ha sido el mismo Dios que inspiró esos cantos”. No mal entiendan lo que quiero decir, no soy fundamentalista (otra enfermedad que nos trae las redes sociales que es estar en los extremos) quiero exponer es que, lejos de esas razones antes expuestas, no somos nosotros los que hemos tenido la idea de usar estos cantos, de seguro es el mercado musical que nos lleva a dudar sobre la belleza de nuestros cantos y a compararlos con el potente y llamativo mercado musical evangélico; dos estéticas diferentes y músicas con propósitos diferentes que no se pueden comparar, de bellezas diferentes pero que al ponerlas en el mismo costal nos vemos provocados a despreciar lo propio y a sobrevalorar lo ajeno porque nuestra música no se ajusta al mercado y es el mercado musical el que nos dice que no sirve, no es la fe o el discernimiento.
Si los cantos católicos no parecen llamativos la lógica me lleva a pensar que la solución no esta en usar estos cantos o componer al estilo de ellos como lo están haciendo varias comunidades carismáticas, la solución es identificar cuándo y cómo perdimos el rumbo. La respuesta está en la apertura a la informalidad; gente haciendo las cosas mal y el abandono de los sacerdotes a estas cuestiones (orfandad).
Se ha perdido tanto el rumbo que las parroquias se concentran en la adquisición de instrumentos y no en el desarrollo de coros, pues en la liturgia importa más el texto del canto que el soporte armónico. Ni que hablar de Colombia en el que reina la total anarquía en estos temas, cada parroquia es un universo musical distinto y las misas de cada día una galaxia según el cantor o la población que asiste, los cantorales son, en la gran mayoría, un desastre y la mayoría de sacerdotes que dicen ser músicos no pasan de tocar en guitarra y ser adversarios del otro sacerdote músico por su corriente (litúrgica, góspel o indefinida) o éxito.
La realidad en Bogotá es tan compleja que hay iniciativas de sacerdotes por proliferar conjuntos instrumentales en las misas con uno o dos solistas, muchos sacerdotes piden a sus músicos usar cantos de artistas evangélicos como Jesús Adrian Romero y Marcos Witt. Hay tan pocos músicos dedicados a la música sacra, al órgano y a la dirección de coros que hay una informalidad generalizada llena de grades desatinos en los que cualquiera puede cantar una misa y peor cuando la única carta de navegación son los cantorales “cantemos al Dios de la Vida” y “para ti es mi música Señor” llenos de errores que se han venido incorporando hasta en la formación sacerdotal de los seminarios al punto que los mismo sacerdotes siguen repitiendo a sus agentes pastorales esas faltas graves que allí se encuentran.
No hay solución aun porque la mirada está puesta en el enemigo sobredimensionado que es el repertorio evangélico y porque la Iglesia no tiene claro el rumbo o no le interesa el tema de la música sacra.
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